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Por Ariel Corpus

Han pasado más de diez días desde que el Papa Francisco regresó al Vaticano. Su estancia en México provocó el entusiasmo de miles de creyentes católicos que se volcaron a las calles para observarlo aunque sea por un momento en el famoso «papamóvil», así como en los diversos lugares donde se presentó el jerarca de la iglesia Católica.

Desde su abordaje en Ciudad Juárez, frontera con Estados Unidos, muchos «ríos de tinta» han corrido para analizar su estancia en los diversos escenarios donde se presentó. Basta realizar una búsqueda en los portales de noticias y blogs de análisis para dar cuenta de ello. Para algunos, Francisco fue contundente al señalar los males de la élite del poder: jerarcas religiosos y políticos en conjunto; para otros, mostró signos que dan constancia de un papado actualizado e interesado en ponerse al día para llegar a una nueva generación de católicos (un Papa millennial); y para otros, los mensajes de Bergoglio fueron tímidos y limitados, pues se esperaba que se posicionará con mayor severidad, sin medias tintas y con un lenguaje claro.

El gobierno mexicano vio en Francisco un «mensajero de paz», y desde Los Pinos planeó su recibimiento en el hangar presidencial con una amplia comitiva y espectáculo adjunto, mismo que dio cuenta del vínculo que la administración actual mantiene con un particular medio televisivo. Las televisoras jugaron su papel al ofrecer al público una visita mediatizada, a tal grado que ocupó prácticamente la mayor parte de la programación en los días de su estancia en México. Además, cada una de ellas contó con su propio «especialista de lo sagrado», sea sacerdote o seminarista, quienes acompañaron a los conductores, que con mayor o menor entusiasmo no dejaban de señalar la importancia que representa una visita papal. En contados espacios televisivos se generaron mesas de debate y opinión con especialistas del fenómeno religioso que escucharon en las palabras de Francisco críticas hacia la élite del poder, y que observaron en las imágenes y narrativas bíblicas que usó en sus homilías un modo de «apacentar a la grey» en medio de las circunstancias adversas que atraviesa el país. Para otros, Bergoglio no tocó a fondo temas sensibles, ya que no tuvo un discurso político claro, aunque sí políticamente correcto.

El gobierno mexicano tuvo una visita papal tranquila. Francisco no es un líder beligerante, sino uno que genera empatías, que produce acuerdos y piensa estrategias, que saluda y se muestra cordial con los más nefastos políticos como con las personas de clases populares, que se asesora en los temas a tratar e incluso en los símbolos y gestos a usar en los escenarios donde se presenta. Esta actitud papal le viene muy bien a la administración actual, sumida en el descrédito y ávida de buenas referencias al exterior. Aunque por otro lado, no deja de ser preocupante la participación de funcionarios públicos en actividades religiosas, desde que el gobernador del estado de Chiapas, Manuel Velazco, besó el anillo papal, hasta la comunión eucarística de Peña Nieto, ello sin pasar por alto la visión errada del presidente al nombrar a este país como un «pueblo guadalupano», y borrar a destajo a las minorías religiosas y gente sin religión que también son parte de esta nación. ¡Caray, si hasta los más acérrimos rivales políticos del gobierno en turno se congratularon con la visita papal, incluido López Obrador, quien en más de una ocasión se ha enorgullecido de su filiación juarista!

Para los dirigentes de la iglesia católica también fue una visita en cierta manera cómoda, con todo y el «regaño» en la Catedral Metropolitana. Una jerarquía católica acostumbrada a la opulencia fue sometida a un examen de conciencia. En este sentido Francisco vino en su calidad de pastor del pueblo católico, como lo mostraron sus homilías; pero también vino como Obispo de Roma, por lo que seguramente trató los temas concernientes a la iglesia en su aposento, temas sensibles de los cuales no habló en público, pero que se manifestaron en el espacio privado. Con el tiempo se sabrá si ello deviene en cambios significativos en el quehacer de la institución católica, o seguirá con la línea de la omisión que ha caracterizado al alto clero. En meses o años, se podrá observar el movimiento de piezas, evidencia de los «cortes de cuello» y los «espaldarazos».

La visita de Francisco a México estuvo llena de gestos, signos, imágenes y de una sutileza al tratar determinados temas. Por lo anterior, no fue inusual la reiterada insistencia del Papa por visitar el Tepeyac, pues sabe de la fuerza simbólica que tiene la virgen de Guadalupe entre la población católica del país e incluso de muchas partes del continente. Tampoco lo fue la cercanía y el reconocimiento por el pueblo creyente indígena, por sus tradiciones y sus costumbres que incorporan a su religiosidad. Menos lo fue al besar una Biblia en tseltal durante su visita a Chiapas, estado donde los grupos evangélicos tienen amplia expansión y han traducido desde décadas atrás las «Sagradas Escrituras» a diferentes lenguas de la región, e incluso donde los musulmanes indígenas comienzan a tener mayor simpatía entre la comunidad. Mucho menos lo fue en la reverencia a la tumba de «Tatic Samuel», en cuya reivindicación se ganó la simpatía de los sectores progresistas católicos, y unos cuantos protestantes.

¿Qué nos dejó, entonces, la presencia de Francisco en México? ¿Será que los políticos que estuvieron en la recepción realizada en Palacio Nacional cambiarán su conducta para garantizar la justicia social? ¿Acaso la jerarquía católica del país que recibió el «regaño» en la Catedral Metropolitana entregará a los curas pederastas que ellos mismos han protegido? Con la evidente muestra de reivindicación a Samuel Ruiz, ¿la iglesia católica mexicana reconocerá la lucha por muchos derechos sociales que ha buscado la izquierda católica? Su reunión con los jóvenes en Morelia, ¿hará que se vuelquen a las parroquias y catedrales? Su visita al reclusorio en Ciudad Juárez, ¿terminará con las formas de corrupción al interior del sistema penitenciario? ¿En suma, a qué vino Francisco a México?

Más allá de las respuestas comunes que podamos hacer, hay que considerar que la geopolítica vaticana se mueve en una temporalidad de larga duración. Como institución milenaria que es, sabe capitalizar las visitas de hoy en un futuro; no tiene prisa y puede esperar pacientemente. También sabe concebir ideas a largo plazo, se conoce dónde está y cuáles son las situaciones que debe enfrentar. Es probable que las piezas no se moverán inmediatamente, por lo que habrá que estar atentos a los derroteros que tome la iglesia católica.

No obstante lo anterior, con la visita papal surge de nueva cuenta una larga lista de pendientes que la sociedad exige pronta resolución ya que responsabilizan a la jerarquía católica, y de los cuales no hay que quitar el dedo del renglón: la pederastia como uno de los temas más deleznables que no se ha resuelto; la retracción de los derechos sexuales y reproductivos ganados en diversos estados del país, así como en la ampliación de derechos de los matrimonio entre personas del mismo sexo; entre otros más. De igual modo, la visita de Francisco puso en franco cuestionamiento la laicidad del Estado mexicano y el trato desigual que se les brinda a las diversas religiones. Si alguien debe pugnar en primer lugar por la exigencia de un Estado laico y el reconocimiento a la diversidad de creencias, son las minorías religiosas. Por otro lado, ya ni que decir sobre las molestias ocasionadas a la ciudadanía en general: calles cerradas, escuelas sin clases, lugares sin transporte, etc.

Aunque resulte obvio, no era de esperar que la visita de Francisco arreglara la situación del país. Ello le corresponde a la propia sociedad mexicana en un pleno ejercicio de ciudadanía. Pero si se trata de responder a qué vino Francisco a México, se puede decir que a mover las piezas del tablero en un juego donde los diversos actores pugnan por sus intereses, generan sus estrategias y establecen sus acuerdos. ¿A quién o a quiénes les toca mover la siguiente pieza?

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