DECLARACIÓN: Por una fe sin imposición

Por una fe sin imposición

Los y las aquí firmantes, constatamos con gran preocupación cómo en el contexto convulsionado en que se encuentra Latinoamérica, algunas expresiones dentro del cristianismo son usadas nuevamente como un discurso que legitima posiciones y acciones políticas anti-democráticas y fundamentalistas en términos de derechos. Estos discursos se presentan como verdad única y  buscan imponerse al resto de la sociedad, incluso si eso requiere de prácticas que violan el orden democrático o el estado de derecho.

Lamentamos que en distintos países poderes políticos, económicos y/o militares usen a grupos cristianos para legitimar un discurso, a menudo de odio, que cuestiona el debate democrático en igualdad de condiciones para todos los sectores de la sociedad. Recientemente, y a modo de ejemplo, hemos visto cómo en Bolivia, representantes de grupos cristianos queman la bandera de los pueblos originarios, y la nueva presidenta interina ostenta la Biblia al entrar al Palacio del Gobierno. Hemos visto campañas de grupos evangélicos en Chile contra una nueva constitución, por temor a un proceso constituyente hecho en democracia que puede cuestionar su percepción de “la familia”. Hemos visto cómo en Brasil el presidente hace alianzas con algunos sectores evangélicos en su campaña contra los derechos de las mujeres, comunidades de matriz afro y grupos LGTBIQ+. En todos estos contextos, muy diversos entre sí, grupos religiosos cristianos de diversas expresiones están cuestionando el respeto a la democracia y a la pluralidad del campo religioso mediante acciones impositivas, neo-coloniales y violentas.

La religión puede ser usada como fuerza de unidad, diálogo y paz, como también de división, polarización y guerra. En este sentido, la religión es profundamente política, porque determina nuestra posición frente al bien común. Si la religión quiere ser fuerza de paz, no puede sacralizar poderes políticos, económicos o militares fácticos. Este tipo de religiosidad termina siendo un factor de división al interior de los pueblos de la región.

Estamos convencidos y convencidas que la tradición cristiana, como otras expresiones religiosas, poseen una riqueza enorme de sabiduría y aporte para la convivencia democrática. Creemos que la tradición cristiana, en su esencia, no avala la imposición de su pensamiento, y menos con violencia, desprecio o exclusión de otras personas. La evangelización no se hace imponiendo sus símbolos como poseedores de una verdad universal, ni con otras prácticas anti-democráticas, ni con armas, sino con el acompañamiento, la escucha, el respeto profundo hacia el prójimo, independiente de sus convicciones o sentido de espiritualidad.

Celebramos el avance que ha hecho Latinoamérica en el reconocimiento de la pluralidad de denominaciones, religiones y cosmovisiones presentes, y en el desarrollo de un estado laico que garantice la libre expresión de todas las corrientes religiosas y espirituales como parte de su riqueza cultural. Pero al mismo tiempo, creemos que aún falta mucho en términos de asumir lo que significa un estado garante de la libre expresión de todas las expresiones religiosas y espirituales presentes en una sociedad.

Nos comprometemos con la promoción de ésta libertad de religión, que significa libertad de opinión y creencia para todos y todas, especialmente de las personas que no comparten nuestra misma fe. Prometemos incidir por los derechos humanos de todos los grupos en la sociedad, aun cuando no compartamos sus ideas. Rechazamos cualquier imposición de visiones políticas o leyes en nombre de Dios.

¡Basta ya de imposición en nombre de Dios, de la Biblia y de la religión!

¡La fe que se impone no es fe!