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Por César Henríquez 

La preocupación para los pasajeros que suben a un avión no es si el piloto realizó su devocional o rezó el rosario antes de ir a trabajar; o si cree en dios, es ateo o agnóstico. La preocupación es si el piloto tiene la pericia para despegar, volar y aterrizar el avión, y si en medio de una tormenta puede mantener la aeronave y a los pasajeros a salvo. ¿Quién querrá montarse en un vuelo donde el piloto convoque una “cadena de oración” en plena turbulencia, o mande a la tripulación a leer el salmo 91? Lo que se espera del piloto en ese momento es que se comporte como tal y haga uso de todas las capacidades que ha adquirido, junto con su tripulación, para solventar una situación que exige que demuestre por qué está en ese cargo y no en otro.

La pandemia del COVID 19 ha funcionado como un dispositivo que ha hecho emerger una diversidad de fenómenos que comienzan a ocupar la atención en diversos campos del saber. Nadie quiere quedarse callado, todos tienen algo que decir: filósofos, economistas, religiosos, sociólogos, antropólogos, científicos, políticos, biólogos, ecologistas, entre otros.  Y como es de esperar las opiniones son distintas y muchas veces contradictorias. Las lecturas no son coincidentes y tampoco tienen que serlo. Lo que acontece en estas situaciones es que cada quien argumenta desde eso que han llamado los estudiosos el “lugar de enunciación”, es decir, desde su particular manera de acercarse e interpretar la realidad.

A mí, como un curioso del saber teológico, me llama la atención la recurrencia de los jefes de gobierno, no importa donde queramos ubicarlos -de derecha, de izquierda, de centro izquierda, social demócrata, demócrata cristiano, socialista, neoliberal, entre otros- a comportarse como líderes religiosos. Sólo hay que detenerse en algunos ejemplos representativos para identificar estas actitudes, en no pocos mandatarios, a raíz de la pandemia del COVID 19, a tal punto que de manera pública han promovido practicas propias del cristianismo como parte de su respuesta a la grave crisis que hoy experimenta la aldea global.

El presidente de los EE.UU anunció el domingo 15 de marzo “como  Día Nacional de Oración por todos los estadounidenses afectados por la pandemia de coronavirus y por nuestros esfuerzos de respuesta nacional”. De hecho, Trump en otras oportunidades se ha mostrado con líderes protestantes orando por él en la Casa Blanca.

El presidente de Guatemala, Alejandro Giammattei, anunció un día de ayuno y oración para el 21 de marzo: “Unámonos los guatemaltecos en ayuno y oración y hagamos nuestras las peticiones para que Dios bendiga a Guatemala”, fueron parte de sus palabras.

Otro mandatario, cuyo llamado ha tenido mucha repercusión en el sector religioso de la región, ha sido el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, quien para cerrar una alocución en cadena nacional invitó a su equipo a orar: “Quiero pedirles a todos que oremos y le pidamos a Dios de que nos ayude a sobreponernos a esta enfermedad. Que salve a la mayoría de los salvadoreños. Vamos a enfrentar una tribulación, pero estoy seguro de que con la ayuda de Dios vamos a salir adelante.” Tampoco es la primera vez que Bukele expresa sus convicciones religiosas en intervenciones públicas como mandatario.

El jefe de Estado de Paraguay, Mario Abdo Benítez, no se quedó atrás y solicitó a su nación que recurriera a la oración para que Dios proteja a su país: “Le deseo a todo el pueblo que pase en familia, en unidad. No debemos olvidar el campo espiritual. Una familia junta, en oración. El poder de la oración estoy seguro que va a proteger a la nación. Dios va a proteger al Paraguay y va a seguir bendiciendo al país”, afirmó.

Uno de los más controvertidos, es el caso del presidente de Brasil Jair Bolsonaro, quien anunció la convocatoria de un día nacional de ayuno y oración para “liberar a Brasil del mal” de la epidemia de coronavirus: “Convocamos a los brasileños junto con los pastores y líderes religiosos a un día de ayuno para que Brasil pueda liberarse de este mal lo antes posible”. Este anuncio tuvo buena acogida entre las iglesias que lo apoyan.

Por su parte, Nicolás Maduro, presidente de Venezuela ha pedido que se realice una cadena de oración todos los días, la cual es televisada por los canales del sistema público, en la cual participan diversos líderes religiosos: “¡Días santos en el hogar y en familia! Momentos propicios para la reflexión, la unión y la oración sincera al Cristo resucitado. Pidamos a él que nos llene de su sangre bendita y sanadora para que corra como ríos de agua viva sobre toda nuestra amada Venezuela. ¡Dios nos Bendiga!”. Con estas palabras el presidente asumía una actitud similar a la de otros mandatarios de la región.

Vale la pena señalar que estas iniciativas son aplaudidas por unos grupos y cuestionadas por otros, todo va a depender de su lugar de enunciación, es decir, de los lentes hermenéuticos que cada cual tenga a la hora de presentarse como observador. Si se está en contra de Maduro, se argumentará que está actitud es “una manera para manipular a la población en medio de una situación límite como la actual”, pero se verá con buenos ojos que lo haga Trump o Bukele. En este caso, se dirá que es “un fiel reflejo de que estos líderes son realmente temerosos de Dios.” Por otro lado, si es a la inversa, se afirmará que Maduro es un hombre que busca de Dios, mientras que Bukele y Trump manipulan políticamente a su pueblo con ese tipo de actitud. Entonces uno, como curioso de estos asuntos se pregunta: ¿cómo cristianos cuál debería ser la oración que debemos apoyar? ¿La de Trump o la de Maduro? ¿La de Bukele o la de Bolsonaro? ¿La de Jeanine Áñez o la de Alejandro Giammattei? ¿O simplemente ninguna? La idea no es cuestionar la eficacia de la oración y su lugar en la espiritualidad cristiana o si los mandatarios tienen que ser ateos o agnósticos, sino el lugar de la narrativa religiosa en el campo de la política en el siglo XXI.

En lo personal, considero que la oración es una práctica necesaria en estos tiempos de incertidumbre y temores, no para obligar a Dios a que cambie la realidad, sino porque la oración, como Jesús la enseñó, nos ayuda a cambiar nuestra visión de la realidad e incluso de Dios. Y yo esperaría que fueran los representantes religiosos quienes sean los que tomen esta iniciativa, con sus respectivas comunidades de fe bajo su responsabilidad y coordinación, como líderes naturales de este campo; así como tampoco espero, que los líderes religiosos estén dando explicaciones seudocientíficas acerca del origen y de cómo se puede erradicar el COVID 19. La historia ya ha dejado suficientes lecciones acerca de lo trágico que resulta cuando los dirigentes políticos se comportan como líderes religiosos, o cuando los líderes religiosos se quieren asumir como políticos. La ciudadanía espera, por lo menos en teoría porque en la práctica puede resultar otra cosa, que cuando se elige a un mandatario, éste pueda dar soluciones políticas a la diversidad de problemas que tiene una nación en el ámbito de la salud, educación, vivienda, seguridad, economía, alimentación, empleo, en fin, todas esas deudas pendientes que los gobiernos tienen en su agenda con sus ciudadanos. En otras palabras, la ciudanía- o por lo menos yo- espera respuestas y acciones políticas que propicien la solución de estas necesidades, no respuestas de carácter religioso, para eso ya tenemos a los sacerdotes y pastores.

Esto en ningún momento quiere decir que los cristianos no tienen nada que hacer o decir en el ámbito público o político. No es eso. Hay que mucho que decir y hacer, pero no convirtiendo a los presidentes en “sumos sacerdotes”, o a todo un país en una parroquia o una gran iglesia.  No es para nada saludable que, en nombre de una población mayoritariamente cristiana, los mandatarios se presenten como “monarcas contemporáneos”- al estilo del rey Sol en el siglo XIV- en quien reposa tanto el poder religioso como el político, y regresar a pasadas sociedades donde prevalecía el “carácter divino del poder político”, desde el cual se legitimaron saqueos, masacres, injusticias, violaciones y opresiones de toda índole. De los mandatarios requerimos que, como ciudadanos ejerzan o no una fe en particular, pero que como presidentes no se conviertan en “reproductores” de ningún tipo de religión, porque su cargo no es dado por derecho divino sino por un ejercicio de ciudadanía. En otras palabras, que se garantice y respete el estado laico.

Sabemos que no es una discusión nada novedosa, pero sí que se ha hecho cada vez más necesaria abordarla, porque al igual que con el COVID 19 el factor de la distancia y la cercanía es de carácter fundamental en este contexto. La cercanía entre lo político y lo religioso es un peligro de consecuencias trágicamente ya vividas, por lo que se requiere un “distanciamiento social” prudencial de ambos campos para mantener la salud del ejercicio político y del religioso. Recordemos que cuando Jesús fue confrontado por esta situación lo resolvió con sus célebres palabras: “Dad al César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios”, pero las hermenéuticas de las mismas no terminan de convencer a los religiosos ni a políticos contemporáneos. El político quiere politizar la fe, y los religiosos teologizar la política, y en ambos casos, la intencionalidad subyacente, pareciera ser la misma: legitimar el control del poder para establecer una hegemonía política que se le pueda dar el carácter de sagrada, por lo tanto, gozaría de la imposibilidad de ser cuestionada, por su “procedencia divina.”

Vivimos en una época de transición civilizatoria y ese hecho hace que permanentemente estemos caminando al borde de nuestras certezas. Las incertidumbres emergen de manera recurrente y el COVID 19 nos está obligando a repensar la vida toda, incluyendo el uso que últimamente los políticos están haciendo de la religión. Quizás la pandemia ha desbordado y socavado las certezas políticas y ante la falta de respuestas ante el desborde de necesidades que ahora emergen, los mandatarios echan mano de lo que la mala política históricamente ha hecho: manipular. Y la religión cristiana, como un depósito de certezas, hoy es un recurso “ambidiestro” que les sirve tanto a los de la izquierda como a los de la derecha, a Tirios y troyanos.

En esta transición epocal, se requiere que los seguidores y seguidoras del galileo resucitado asumamos actitudes más críticas y cónsonas con el líder de nuestra fe, Jesús. Es ingenuo pensar que porque un presidente o cualquier político, asuma un léxico religioso o promueva prácticas propias de nuestra fe, hay que interpretar esos “signos” como genuinas expresiones de legitimidad divina. No olvide que los cristianos evangélicos en el continente hoy son un grupo políticamente codiciable. Los políticos no los ven como ciudadanos, los ven como votos, y como posibilidad de cooptar “fieles” para mantenerse en el poder bajo una legitimidad “sacra”. Y si para ello tienen que asumir las practicas cristianas no dudarán en hacerlo, ya el “influencer Constantino”, emperador romano, dejó un tutorial que data de principios del siglo IV que hoy muchos presidentes contemporáneos le están dando like.

En tiempos de caos y de tanta desesperanza ¡claro que podemos ayunar! El profeta Isaías nos ilumina en cuánto a la manera de hacerlo. En este texto hay implicaciones tanto políticas como religiosas de pertinencia y urgencia, sin que por ello se pierda el distanciamiento social, necesario para impedir que uno de los ámbitos contamine al otro y ponga en riesgo su razón de ser:

“El ayuno que a mí me agrada consiste en esto:

en que rompas las cadenas de la injusticia

y desates los nudos que aprietan el yugo;

en que dejes libres a los oprimidos

y acabes, en fin, con toda tiranía;

en que compartas tu pan con el hambriento

y recibas en tu casa al pobre sin techo;

en que vistas al que no tiene ropa

y no dejes de socorrer a tus semejantes.”

Isaías 58.6,7 (DHH)

 

Rev. César Henríquez
Coordinador General- Acción Ecuménica
Caracas-Venezuela
cesolka@gmail.com

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