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Por Emilce Cuda

El espacio teológico no escapa a la lógica de los tiempos modernos, donde todo capital -ya sea financiero, social o cultural- se acumula sobre el endeudamiento del prójimo. La lógica del endeudamiento es señalar la falta en el otro. Hacer visible al otro que algo le hace falta para justificar su exclusión del mundo simbólico, que es la cultura y está conformado por instituciones laborales, familiares, políticas y también académicas. La falta puede ser dinero, pero también conocimiento canónico -es decir, el reconocido como válido. El muro es interno a la cultura, el peaje es un cierto capital acumulado, y la causa de la condena es la falta de ese capital canónico. Si no se tiene algo acumulado no se pasará.

La contabilidad nace en el mundo moderno. Contabilizar es hacer legible lo que se tiene. Eso requiere de poner en el lenguaje lo que se tiene. Si los bienes acumulados tienen nombre por todos aceptado, puedan ser legibles y puestos en el haber. Pero si los bienes acumulados no tienen nombre serán ilegibles, no podrán ser contabilizados y se estará en deuda por falta de bienes legibles. Eso es la cultura como mundo simbólico.

El conocimiento es un bien más a contabilizar, siempre y cuando lo que se sepa sea nombrado como conocimiento, factible de ser leído y luego contabilizado; es decir, reconocido. Si lo que se sabe no es legible para la contabilidad establecida, se estará en falta, es decir endeudado. Eso producirá que, cada vez que se hable de una relación injusta que se sabe perjudica a un hombre concreto, si esa relación no ha recibido un nombre aún que la torne visible, consiguientemente no podrá ser contabilizada y por ende quien la denuncie será acusado de estar en falta, endeudado con el saber canónico, porque está hablando de algo que aún no ha sido contabilizado por no figurar en ningún canon. Esto lleva a que la acusación más común con la que se enfrente un intelectual que practique un discernimiento situado hoy sea la siguiente: “usted sostiene ese juicio porque no sabe lo suficiente aun; vaya, hágase de un concepto, y vuelva”.

La falta del saber canónico deja fuera del mundo simbólico, es decir fuera de la palabra pública, el reclamo por justicia de millones de personas en el mundo actual, entre ellos a los teologos. A menudo, sobre algunos teólogos moralistas, aquellos que se dedican a una ética teológica aplicada a la realidad concreta y contemporánea -es decir, situada-, cae la condena por deuda. Dicho de otro modo, se tiende a endeudarlos teológicamente. De acuerdo con la lógica de la contabilidad mencionada anteriormente, ciertos discursos académicos son cuestionados por falta de conocimiento. Argumentos tales como “usted dice eso porque no estudió lo suficiente, aun no leyó a fulano, o desconoce a mengano en su propio idioma”, son escuchados en conferencias y medios especializados cuando lo que se está rechazando es en realidad una visión de mundo. En resumen, se lo acusa de falta de saber más para entender bien. No basta cualquier saber, sino el saber del que ya está dentro del mundo simbólico y ha nombrado la realidad para luego levantar barreras de entrada al mundo del conocimiento evitando que la acumulación en ese campo se vea amenazada, ya que sin ella perdería su legitimidad.

La descalificación desde el lugar del saber es dificil de percibir por el descalificado, siempre se considera en falta; sin embargo es otro modo de desconocimiento. En la mayoría de los casos, quien la padece cree que aun le falta algo, que debe irse y estudiar más para saber más, y luego volver a probar suerte de ser aceptado a pasar el muro, o no. No puede negarse que en mucho casos no sea asi, y que la ignorancia ciertamente juegue un papel perjudicial. De ninguna manera se está queriendo decir que la tradición no tenga un valor en sí misma y que cualquier posición encarna la verdad absoluta, sino todo lo contrario. Se está tratando de hacer visible la imposibilidad del diálogo si no se reconoce también un saber en ese otro saber encarnado que da el sufrimiento por falta de trabajo, de comida, de alimentos, de educación, de dignidad. Cuando este ultimo saber no es contabilizable tampoco es legible, de modo que no podrá ser colocado en la columna del haber.

Pongamos por caso el saber teológico. Si un argumento se desarrolla, casi de manera filológica, en torno al discurso de un teólogo antiguo o medieval, cuya herramienta era la filosofía -por ser el recurso de la época-, el mismo es considerado teología y, en consecuencia, su autor es considerado un teólogo legítimo. Sin embargo, cuando un argumento se desarrolla, casi de manera profética, en torno a la demanda por necesidad contemporánea, cuya herramienta son los datos concretos que visibilizan un problema social -por ser también el recurso de la época-, el mismo no siempre es considerado teología y, en consecuencia, su autor no siempre es considerado teólogo. En la actualidad muchos de los más reconocidos especialistas en autores antiguos y medievales no son teólogos, como es el caso de Peter Brown, hoy el mayor especialista en San Agustín según reconoce la academia. Del mismo modo, no resulta difícil encontrar especialistas reconocidos sobre los teologos medievales entre los filósofos no católicos. Sin embargo, no se dice por eso que estos son teólogos, del mismo modo que se niega esa condición a aquellos cuyo discurso no versa sobre cuestiones medievales para fundamentar puntos de vista ético-teológico sobre problemas sociales del siglo XXI.

Esto lleva a reflexionar seriamente qué legitima hoy la práctica ética teológica, para no caer ni en academicismos ni en generalidades romanticas. Si la teología, en última instancia, se ocupa de reflexionar sobre Dios y sobre la obra creada por Dios -es decir, el mundo y el hombre, su dignidad y su destino final-, entonces, cuando un teólogo eticista se ocupa, de manera situada, de los problemas actuales que ponen en peligro al mundo y al hombre: ¿hace teología o sociología? Cuando un teólogo toma partido por los que más sufren las consecuencias del pecado manifestado en las estructuras injustas del mundo contemporáneo, ¿está haciendo teología o política? Por último, cuando un teólogo eticista trata de reunir todas las herramientas interdisciplinarias posibles que le permitan un buen discernimiento sobre un problema particular que amenaza a un hombre concreto: ¿está haciendo ética teológica o ideológica? Marcar el campo de la ética teológica como tarea estrictamente académica, o como pastoral teológica sin fundamento teórico, es un camino sin muchas salidas. Poner fin al pedido de cuentas entre unas posiciones y otras puede ser uno de los caminos para abrir nuevos espacios de dialogo, entre los teologos y con otras disciplinas.

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