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Por Arianne Van Andel

“Las personas más bellas que he conocido son aquellas que han conocido la derrota, el sufrimiento, las luchas y pérdidas dolorosas. Sin embargo, han encontrado el camino para salir de las profundidades. Estas personas tienen una apreciación, una sensibilidad y una comprensión de la vida que los llena de compasión, humildad, y una profunda inquietud amorosa, La gente bella no surge de la nada.”. Elizabeth Kübler-Ross.

Un amigo teólogo escribió hace unos días en su Twitter: “el sufrimiento, la gran escuela de Dios”. Me irritó la frase, me pegó, me interpeló y tenía ganas de reaccionar. Sin embargo, no lo hice de inmediato, porque sabía que iba a generar una discusión compleja, incómoda quizás. El sufrimiento y Dios: un tema complicado en la teología.

“Entonces, ¿Dios nos da el sufrimiento” -quería preguntar- “para aprender algo?”. “¿Qué tipo de Dios es ese?” La pandemia, la gente ahogándose en hospitales, el hambre, la incertidumbre: ¿flagelos de Dios? Todo lo que está pasando, ¿plagas del apocalipsis, hecho por Dios? Un Dios patriarca, castigador, que sabe que sus hij@s solo aprenden con una buena cachetada. No quiero creer en este Dios.

Pero igual me quedé pegada en la frase. Porque se usa tan comúnmente, que algo debe haber ahí. Hay una experiencia, que yo comparto, de que no hay períodos donde une aprende más, o puede aprender más sobre una misma y la vida, que períodos de dolor.

Digo dolor, porque creo que lo primero que ayuda a distinguir es que sufrimiento y dolor no son lo mismo. El Budismo me ha enseñado que el sufrimiento es producto de la mente. Es la reacción de nuestra mente a situaciones dolorosas, y con eso, es lo más humano que existe. Cuando miro a mi gata, o a niñes muy pequeñes, se nota que situaciones de dolor pasan apenas se acaba la situación o circunstancia que causa el dolor. Les niñes son capaces de gozar dos minutos después de haberse sacado la cresta. No se revuelcan en el dolor en su mente. El dolor interpretado, revuelto en la mente: ese es el sufrimiento.

A mí me ha generado mucha luz reconocer que puedo estar en situaciones de dolor sin sufrir. Simplemente observando el dolor, estando con el dolor, llorando. El sufrimiento, para decirlo así, es juicio sobre el dolor. Nuevamente, es un ejercicio humano, no de Dios.

Pero, ¿genera Dios entonces situaciones de dolor? Es difícil decir eso tan genéricamente, porque existen situaciones sumamente diversas que traen dolor. Clásica es la distinción entre dolor causado por procesos “naturales”, y dolor causado por otros seres humanos. Es más fácil aceptar que el primer tipo de dolor sería causado por Dios, si identificamos a Dios en los procesos de la Creación. Todo un tema en la eco-teología -entre paréntesis- porque es más fácil reconocer a Dios en el profundo azul del mar que en un tsunami. ¿Hasta qué punto es Dios es parte de la naturaleza y sus procesos?

Yo creo que estamos de acuerdo, por lo menos en la teología progresista, que Dios no causa el dolor, sino que nos afligimos como seres humanos. Dios no quiere que un marido agreda y violente a su esposa, o que el gobierno deje morir a su gente de hambre. Esas son decisiones humanas.

¿Está Dios entonces en el dolor causado por la naturaleza? Acá también se presenta una complicación, porque ¿qué es “natural” aún? Muchos procesos que “parecen” de la naturaleza en estos tiempos, son en realidad causados por acciones humanas. Es muy importante destacar eso, porque si no lo hacemos, es fácil escapar de nuestra responsabilidad como especie. La lluvia ácida, el cambio climático, y también en gran medida la misma pandemia, son consecuencias de la manera en que hemos destruido el balance en los ecosistemas. (Y ahí hay algunes claramente más responsables que otres, pero ese es otro tema…) Si hubiéramos actuado de forma diferente, o si actuáramos de forma distinta, no existirían las situaciones de dolor provocadas.

Al final, entonces, quedan pocas situaciones de dolor que podríamos remitir directamente a la naturaleza. Terremotos, algunas enfermedades quizás, y la muerte no prematura, son algunos ejemplos. Podríamos entonces concluir que, inclusive si vinculamos a Dios con la naturaleza, la gran mayoría de las situaciones de dolor no son enviadas por Dios.

Al decir todo esto, tendríamos que ver si se puede interpretar la frase “el sufrimiento es una gran escuela de Dios” de otra forma. Si Dios es amor -¡y eso sí lo creo firmemente!- ¿puede ser que situaciones de dolor nos enseñan un camino de experimentar ese amor?

Depende…

Yo creo que el amor sólo fluye de verdad, si logramos ser desde nuestra vulnerabilidad. Si nos reconocemos profundamente human@s, finit@s. Eso significa atrevernos a asumir que todo en la vida nos está dado, y que podemos perder lo que tenemos en un instante. Que en eso somos exactamente iguales a todos los otros seres humanos en este planeta, independiente de su color de piel, cultura, etnia o ideología política. El dolor, como también la profunda alegría, nos puede recordar eso. Nos puede hacer valorar lo que tenemos, cuando lo anhelamos en su ausencia, o cuando se muestra tan vital de repente: la salud, el aire, el agua, la comida, la compañía de otres, los abrazos, la sonrisa. Todas estas cosas nos son dadas – en última instancia no las producimos “nosotres”- y ahí quizás se puede encontrar a Dios.

¿Aprendemos en tiempos como éste a valorar más las cosas “simples” de la vida, y a abrirnos más al amor?

Como dije: depende…

La vulnerabilidad asusta. Hay muchas personas que fortifican aún más sus muros de defensa en períodos de dolor.  Que adoptan un lenguaje de guerra para poner “el enemigo fuera” de sí mismo. Que echan la culpa a otres, hasta a Dios mismo. La alabanza al sufrimiento del cristianismo también puede ser un muro de defensa para no sentirnos vulnerables al dolor. Hay gobernantes que, en situaciones de dolor, se cierran de todas las maneras posibles de “mostrarse vulnerables”, y reinan como un “dios” sin piedad, causando más dolor con tal de no sentir el suyo. Es muy difícil admitir la vulnerabilidad constitutiva de todes nosotres. Las mujeres en general lo han aprendido mejor que los varones. Ello se nota más claramente ahora durante la pandemia en las políticas empáticas de algunos liderazgos femeninos.

¿Pero pueden situaciones de dolor enseñarnos algo sobre Dios?

Dependiendo de cómo visualizamos a Dios. Creo que situaciones de dolor sí pueden ayudarnos a reconocernos human@s. Y con eso, pueden ayudarnos a reconocer la humanidad profunda en otres. Nos pueden hacer más solidari@s, más empátic@s, más auténtic@s, más abiertas a compartir lo que sentimos. Eso experimentamos a veces en situaciones de dolor. No es el sufrir el que nos enseña, sino la conexión con nuestra vulnerabilidad. Y en esta vulnerabilidad podremos descubrir, paradójicamente, una fuerza de vida enorme, una posibilidad de sobreponernos a la adversidad con creatividad ilimitada y con amor impensado.

Concluyendo: el sufrimiento no es una escuela de Dios, pero el dolor sí – a veces- puede acercarnos a nuestra humanidad, y enseñarnos del amor, gracias a Dios.

 

 

 


Photo by Christina Kirschnerova on Unsplash
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