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Por Nancy Falcón

Son lamentables los acontecimientos que por estos días vive Turquía, una república que supo ser ejemplo de democracia en la región. A la problemática de los refugiados, el terrorismo del ISIS y la cuestión kurda, se le suma ahora la inestabilidad política, resultado de un fallido golpe de Estado perpetrado por una parte de las fuerzas armadas, aunque hasta la fecha no está del todo claro el verdadero origen de este intento por desestabilizar el régimen.

Turquía, situada en un territorio estratégico, es la puerta de acceso desde Occidente al Oriente Medio, con todo lo que ello implica: entrada y salida de refugiados que escapan de las masacres llevadas a cabo por el terrorismo en la región, tierra de tránsito para aquellos que se unen desde Europa a las filas de ISIS, puente para la lucha terrestre contra los ejércitos terroristas y espacio central para países como Rusia y China en su lucha por controlar la región. Por todo esto, la inestabilidad del régimen político turco es un lujo que ni Europa ni Estados Unidos pueden darse, menos aún si Turquía es parte de la OTAN y posee bases norteamericanas en su frontera con Siria.

Las imágenes que recorren los medios del mundo mostrando centenares de muertos y heridos como consecuencia del golpe, contrasta con la respuesta del Poder Ejecutivo que no se hizo esperar y arremetió con purgas judiciales, políticas y militares que no encuentran conexión con lo sucedido. Más de 3000 soldados arrestados, 2745 jueces detenidos, un juez del alto tribunal arrestado y 20 sitios web cerrados. La pregunta es: ¿cómo determinó el gobierno tan prontamente la culpabilidad de estos jueces como participantes del golpe de estado?

El gran señalado por Erdogan es el intelectual musulmán turco Fethullah Gulen, perteneciente al movimiento llamado Hizmet (que significa “servicio”) el cual ha fundado una red de ONGs en todo el mundo dedicada a la educación, el diálogo interreligioso y la ayuda social. Con mas de mil escuelas, universidades, diarios y canales de televisión en toda Turquía, Fethullah Gulen fue una persona cercana al gobierno de Erdogan cuando éste demostraba signos de apertura democrática, respeto a los derechos humanos y libertades a los ciudadanos turcos. Pero esta cercanía terminó en el año 2013 cuando fueron descubiertos hechos de corrupción gravísimos llevados a cabo por el hasta entonces primer ministro turco, que fueron retratados en los medios gráficos y televisivos de toda Turquía y también del Movimiento HIzmet, hechos que obligaron a varios funcionarios de gobierno erdoganista a renunciar a sus cargos.

Hizmet se convirtió desde entonces en el gran enemigo del gobierno, no solo por ser una red social con millones de seguidores musulmanes y no musulmanes en toda Turquía sino también por constituir una especie de límite ético al gobierno, marcando su entrada en la corrupción a gran escala. A partir de aquí, el gobierno erdoganista comenzó a radicalizarse tanto en sus discursos como en sus prácticas. Coartó la libertad de prensa, cerrando todos los medios opositores, principalmente aquellos pertenecientes al Movimiento Hizmet, intervino y cerró el diario más importante de todo el país, Zaman, sacando al personal a través de gases lacrimógenos y una dura represión policial, canceló las cadenas de televisión de la organización, intervino sus universidades y encarceló fuera de toda ley a integrantes del movimiento, incluyendo a hombres de negocios que colaboraban con las diferentes escuelas y fundaciones. En síntesis, socavó una de las bases más importantes de la democracia: la libertad de prensa.

En otras palabras, Erdogan llevó a cabo una de las persecuciones políticas más graves sufridas en Turquía. Gulen se ha convertido para Erdogan en el responsable de todos los males y en un conveniente pretexto para purgar el Estado y la sociedad de todo aquello que no le es leal a sus ordenes.

Fethullah Gulen vive actualmente en Pensilvania, Estados Unidos. Durante sus cuarenta años de activismo ha experimentado más de cuatro golpes de estado, en los cuales ha sido prohibido y perseguido por llevar adelante sus ideas sobre un Islam compatible con la democracia, los derechos humanos y el respeto por las libertades de todo tipo. Sin embargo hoy, paradójicamente y casi como una ridícula broma del destino, es acusado de perpetrar un sangriento golpe contra todos los valores que defiende y defendió durante décadas con la palabras y acciones concretas.

Cabe preguntarse entonces si atentar verdaderamente contra la democracia es cerrar las universidades o crearlas, si es intervenir violentamente y cerrar diarios y canales de televisión o crearlos, si es fomentar la apertura al diálogo interreligioso y una mirada abierta desde el Islam o utilizar los fundamentos religiosos como una ideología expansionista y califal.

Dijo hoy el presidente turco, refiriéndose a los miembros del Movimiento Hizmet: “En todas las instituciones del Estado continuará el proceso de erradicación de esos virus. Y es que esos cuerpos, mis hermanos, han producido metástasis. Lamentablemente han invadido todo el Estado como un cáncer”. Este lenguaje político con tintes biologicistas nos resuena en la cabeza. Y nos interpela. También otros pueblos han sido llamados “virus” a erradicar, aquel “cáncer” que enferma toda una nación, concebida ahora como un cuerpo. Ciertamente el cáncer es una enfermedad que comienza con una célula que se comporta de una forma diferente a las demás. Por eso, no es casual que Erdogan haya usado esta metáfora para describir a aquellos que no están de acuerdo con sus políticas, y sobre todo que sacan a la luz lo que de otra forma quedaría en las sombras.

Es importante preguntarnos: ¿quién sale beneficiado con esta situación de intento de golpe de Estado? Claramente no es Fethullah Gulen y su Movimiento. Menos áun la población turca, quienes prontamente, en nombre de la seguridad nacional, verán coartados sus derechos y libertades. El mismo presidente arengó para que luchen por mantener su gobierno. Muchos de ellos han sido heridos y otros tantos perdieron su vida por esta causa.

El único fortalecido con esta situación es el propio Erdogan, cuyos próximos pasos serán modificar la Constitución Nacional para pasar de un parlamentarismo a un presidencialismo (con él como único integrante del Poder Ejecutivo ), y constituirse de esta forma en la única persona con plenos poderes en todo el país.

Paradójicamente fueron las redes sociales -anteriormente cerradas y censuradas por Erdogan- el medio que utilizó el gobierno para frustrar el golpe. Como en una novela épica, asistimos atónitos al espectáculo en el cual el Presidente turco se erigió como la personificación de la democracia y el orden. El imaginario social parece decirnos: “Erdogan o el caos de la anarquía”. Pero sabemos que defender verdaderamente la democracia significa mucho más que este triste espectáculo. Implica, más bien, luchar todos los días para que los derechos del pueblo turco no sean vulnerados, para que la libertad de prensa sea una realidad y, por sobre todas las cosas, significa defender las instituciones que hacen de la democracia un régimen posible.

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